El terrorismo es la mayor degeneración de la crueldad humana. Cuando el hampa inundaba Chicago y Al Capone imponía su ley, el motivo, al menos, estaba claro, pues mataban al competidor, al chivato o al enemigo. Su lucha era también contra la policía insobornable, pero al menos no buscaban la muerte injustificada, la masacre de personas inocentes. Los terroristas actuales son los seres humanos menos justificables, ya que para ellos la muerte y el dolor de sus enemigos no es un efecto colateral inevitable, sino el camino para imponer sus deseos, por lo que rechazan cualquier diálogo y cualquier compromiso que no vaya encaminado a poner de rodillas a las personas.
Al terrorista tampoco le preocupa, sean cuales sean sus proclamas, el bienestar de la gente, ni ahora ni en el futuro. Si así fuera, utilizarían otros medios no violentos a su alcance para defender su causa, cosa que en la mayoría de los casos no sucede. Entre otras cosas, porque saben que su fuerza es pequeña, que no cuentan con un vasto apoyo, y que una actitud menos violenta les restaría protagonismo. De donde se deduce que, como decíamos, la verdadera causa de los terroristas es el terror en sí; cosa que antes o después acaba poniéndose en evidencia en cualquier movimiento terrorista de cualquier parte del mundo.