Después de vivir en Acapulco durante años, una mañana de 2011 recibí una llamada telefónica de alguien, tal vez un pandillero de un cártel de la droga, amenazándome con decapitarme si no pagaba un rescate. Múltiples asesinatos y decapitaciones ocurrían regularmente en la ciudad. Recientemente, un buen amigo mío había sido perseguido por la calle principal, su cuerpo acribillado a balazos cuando la violenta confrontación llegó a su fin, todo al alcance de la oreja de mi apartamento cercano. Estas cosas eran demasiado reales. En 2002 me mudé a Acapulco, México, un pueblo de playa tropical mucho más allá de su mejor momento, pero que sigue siendo una especie de paraíso. Los policías corruptos me educaron sobre las reglas de la carretera, y aprendí a hacer las cosas engrasando palmas con cantidades crecientes de pesos. Cuando las cosas se pusieron demasiado peligrosas, perdí mi playa. Esta es una historia de cultura, de crimen y de resolución.